Estoy algo decepcionado conmigo mismo. Con lo complicado que es perder peso, voy y me pego dos semanas sin hacer otra cosa que comer y beber (sobre todo beber), sin moverme lo más mínimo. Evidentemente un par de kilos, de esos que cuesta tanto perder, han vuelto a un sitio que han adoptado como el suyo natural. Maldita sea.
A partir de mañana toca volver al desayuno desnatado, al almuerzo sin alardes, a pasar de la merienda, a cenar queso fresco, a dejar la cerveza (ay, mi rubia que te voy a echar de menos) entre semana, a cambiar la Coca Cola por la ligth (y que no me jodan, no saben igual)... Y por supuesto, toca volver al footing nocturno, volver a sentir esos pinchazos insufribles en las piernas los primeros días, esa sensación de ahogo los primeros minutos, y volver a sudar la gota gorda. Todo sea por cumplir el objetivo.
Sin embargo, pese a todo lo que me espera ahora, puedo decir a boca llena que no me arrepiento de haber cometido tantos excesos. Han sido dos semanas que bien han valido pagar el precio que a partir de mañana se me va a cobrar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario