Me gusta ver las noticias cuando hay elecciones, en otros países, de cuestionable legitimidad. Me encanta ver las muestras de fervor de todos los candidatos y sus seguidores asegurándose ganadores por mayoría aplastante. Ahora toca Georgia, uno de tantos países que salieron del bloque soviético, en el que todos los apellidos son impronunciables y acaban en -ili. Un millonario con uno de esos apellidos de trabalenguas, pro ruso, no se pone de acuerdo con su rival, pro europeo, en quién ha ganado. Lo lógico cuando se trata de comicios, ya verán cuando Obama haga frente a Romney en un par de meses.
Como decía, me gustan los informativos cuando hay elecciones fuera de nuestras fronteras. Se vaticinan curvas y situaciones de lo más dantesco. Lo triste es que aquí, donde la legalidad no es tan cuestionable, también se dan situaciones de lo más esperpéntico. Ayer les tocó el turno a los funcionarios de prisiones. Como no llevan pasado nada las criaturas entre congelaciones, bajadas, vacaciones que se esfuman, ahora cogen y meten la pata hasta el fondo con el concurso de traslados.
Les pongo en situación. Cada cierto tiempo se ofrece la posibilidad de cambiar de destino. Cosa lógica que un chaval de Málaga quiera alejarse de la fría Soria y volver a su hábitat natural. La verdad es que no tengo ni idea de cómo funciona, qué méritos hay que tener y todos esos berenjenales. Lo que sí sé es que cuanto más tiempo lleves en un sitio, más posibilidades tienes de que te den el destino que quieres. Pues resulta que a primeros de este año se ofreció concurso de traslado; concurso que quedó resuelto hace escasas dos semanas, y que ha sido una chapuza digna de países de dudosa legitimidad.
Después de más de seis meses esperando para saber si van a poder volver a casa como el turrón lo hace por navidades, a los señoritos del ministerio comandado por el señor Fernández Díaz no se les ocurre otra cosa que ofrecer a la gente de prácticas, que son los que menos llevan, más plazas que al resto de funcionarios, que llevan aguantando en el quinto pino Dios sabe cuánto. ¿Qué pasa con ésto? Evidentemente, lo que tenía que pasar. Los veteranos se han coscado de que han intentado metérsela con lomo, y se han mosqueado. Consecuencia, la lógica también:
el concurso se anula y se tienen que volver a asignar las plazas.
Así que después de esperar el tiempo que hayan tenido que esperar lejos de sus casas, después de tratar de descifrar los documentos para solicitar el traslado, después de seis meses de espera, después de que el destino puede que no fuese el que tenían en mente, después del tiempo que tienen que esperar a que se haga efectivo el traslado, después de todo, tienen que seguir esperando, Dios sabe el tiempo. Porque si para el concurso irregular han tardado medio año no quiero pensar lo que van a tardar en hacer bien las cosas.
Y mientras las criaturas, a las que ya les has recortado todo lo recortable, esperando para saber qué va a ser de ellos. Con lo práctico que es hacer las cosas bien desde el principio. No hace falta irse a repúblicas de la antigua Unión Soviética para ver como el caos se apodera de algo tan simple como un recuento de votos, por muy complicados que sean los apellidos de los candidatos. Aquí mismo, a la vuelta de la esquina, se viven situaciones casi tan patéticas y con el mismo grado de dudosa legitimidad.