Cita célebre

En esta vida hay que morir varias veces para después renacer.

Eugenio Trías



miércoles, 7 de julio de 2010

Hipocresía


Hoy he sido testigo de un hecho, más que les pese a los no futboleros, histórico. Carles Puyol, de soberbio testarazo, ha colado a la Selección Española en la final de la Copa del Mundo por primera vez en la Historia. Nadie había logrado tal hazaña. Ni Di Stéfano, ni Zarra, ni Gento, ni Raúl... ni siquiera el mítico Luis Suárez, único Balón de Oro salido de las entrañas del balompié español.

Atrás quedó la época de la maldición de los cuartos de final. Lejos queda el error de Cardeñosa frente a Brasil. Olvidada está la cantada de Zubizarreta contra Nigeria. Guardado en el más profundo de los cajones del adiós, el arbitraje de Al-Ghandour y el penalti marrado por Joaquín en Japón y Corea. Ahora toca mirar al frente con orgullo y optimismo. La Roja es una de las dos mejores selecciones del Planeta Fútbol, y eso a los españoles nos hace sentir eufóricos. Banderas rojigualdas cuelgan de los balcones como muestra del orgullo patrio, las mismas que muchos se cuelgan a modo de capa de superhéroe...

La misma bandera de la que la mayoría reniega. Y es que, queridos lectores, el fútbol lo puede todo. En estas ocasiones vale cualquier cosa. Pero el resto del año, si haces gala de lo orgulloso que te sientes de haber nacido en esta extensa piel de toro que es España, eres, como poco, un fascista. Hoy se puede gritar con orgullo aquello de "yo soy español", y la masa te sigue. Las banderas españolas se venden como rosquillas en las tiendas de chinos (dulce ironía). Hasta los negritos de los semáforos se atavian con los colores nacionales.

España debería reflexionar un poco. Porque a partir de ahora, aquel que tilde a alguien de fascista (que insulto más cruel, dicho sea de paso) por lucir los colores nacionales, deberá pensar que un siete de julio de 2010, se sintió pletórico con esa bandera colgada al cuello, y cantó con orgullo que era español. Todo lo demás no será sino un ejercicio de la más pura y profunda de las hipocresías.